Tengo mucho para dar
“Quiero mostrarte ya lo que te he hecho, no quiero esperar al domingo”
“Mejor ahora, no sé cuándo podré usar internet otra vez”
“Está bien… mira”
“Oh, amor, qué bonito”
“De verdad te gusta?”
“Si no me gustara diría que es feo”
“No sé… esperaba algo más wow. Espera, tengo otra cosa, lee”
“Oh, amor, gracias… Ya me tengo que ir, sino llegaré tarde a casa”
“Está bien, hablamos en la noche… Te amo”
“Hablamos en la noche, chao”
“Te necesito, te quieres casar conmigo?”
“Lo haría, pero mejor no lo hagamos… además, me parece muy huachafo”
“Yo quería hacerlo cuando los dos estemos allá… pero bueno, no importa”
“¿De verdad? :S”
“Sí, y te lo dije cuando estabas acá. Yo estoy más que seguro de que quiero pasar toda mi vida contigo”
“ (15 minutos después) Ya te dije que lo haría, pero no lo haré... Es mejor así”
Y mientras me decía que le parecía bonito, su rostro no mostraba ningún signo de aprecio. No había, pues, siquiera una sonrisa. Su rostro no reflejaba nada. No reflejaba la emoción con la que fui a hacerle eso al parque, la esperanza con la que le tomaba fotos. No reflejaba lo que yo quería que reflejara… y sí, me imaginé una escena diferente, porque yo tuve la idea mientras lagrimeaba por una canción que me había dedicado… E igual pasó con lo que le había escrito (que ya lo pondré aquí luego). Nada, ni una sonrisa, ni signo de alegría (pero si reía cuando conversaba con otras personas –y yo me daba cuenta porque las teclas se escuchaban-).
Antes, él me había dicho que sí quería casarse conmigo, que no le importaba nada. Hoy, le parece extraño que yo le pida eso –que ya se lo había pedido-. Pensé que me daría un ‘sí’ sin dudarlo, sin demorar diez minutos en contestar un mensaje de texto. Pensé que quizás su rostro estaba inexpresivo porque estaba cansado y pensé que, luego de descansar, se había conmovido y que se emocionaría si le (volvía a) preguntaba si sería mi esposo. Y no, no fue así. Y no, porque me dijo que no es más que un papel y que jamás tendríamos hijos (y antes me había dicho que sí). Y me pone triste, me pone mal, porque, ¡diablos!, jamás me vi a mi mismo haciendo semejante burrada en un parque, jamás me vi a mi mismo escribiendo cartitas estúpidas de amor. Jamás me vi corriendo para comprarle comida, jamás me vi gastando mi dinero sin medirme para complacer. Jamás me vi rompiéndome los músculos en un gimnasio solo para hacer feliz a alguien. Y sí, tengo mucho dar, demasiado que dar, doy hasta lo más mínimo, detalles minúsculos. Doy todo de mí, lo doy TODO. Y recibo un “tú nunca mueves un dedo por mí”. No, porque yo jamás fui a verte cuando te habías escapado de tu casa. Nunca moví un dedo porque tú sí podías venir a mi casa y yo jamás he pisado la tuya. Porque salía contigo aún cuando a mi vieja le parecía (y le parece) raro que salga tantas veces contigo, y me gritaba porque estaba saliendo mucho. Nunca moví un dedo porque estuve a punto de jalar dos cursos por pasarme las mañanas contigo y salir de clase cuando tú estabas afuera, y tú jamás saliste de una. Nunca moví un dedo, las flores se colocaron solas. Nunca moví un dedo, todo lo que te escribí se escribió solo.
Tengo mucho para dar y me duele que no lo aprecies… Es decir, me dolía que no lo aprecies, porque lo has hecho siempre, no sé si es parte tu personalidad o algo, pero lo has hecho siempre. Y eso no es lo que me duele, me duele que olvides lo que me prometiste, que olvides cómo nos ilusionábamos con un futuro no muy lejano. Me duele que niegues lo que alguna vez aceptaste. Que me digas que estarás en la cama si te llamo a las 9 de la noche, pero son las 10 y sigues ahí. Me duele que no puedas tener la gentileza de estar un par de minutos más despierto para hablar contigo.
Y me duele más saber que no hay nada que pueda hacer, porque siempre hago algo, y siempre tengo la esperanza de que lo notes, siempre…. Y no lo notas. Y busco algo más grande para hacer que sientas tanta felicidad que una lágrima tenga que caer de tus ojos, tal y como me pasa(ba) a mí.
Y soy capaz de sacrificar mi ‘imagen’, porque me encantaría besarte en la puerta de la facu, en la calle, poder abrazarte donde sea. Pero a ti te da miedo hasta que nos vean mucho rato juntos. Te da miedo todo. Porque nunca te das un tiempo a solas para escribirme un mensaje, porque eres tú el que nunca ha movido un dedo por mí… y siempre he sido yo el que te ha buscado lo bueno, el que ha ignorado y perdonado, el que ha siempre esperado cambiar esa parte insensible de ti.
Y lo que más me preocupa… ¿eres así sólo conmigo?. No sé por qué sigues conmigo si aparentemente no te causo felicidad, y si te la causo, no me la demuestras.
Tengo que seguir mis propios consejos. Ya sacaré fuerza… o quizás no.
pD) Y cuando terminé contigo porque te alucinaste por tener trabajo (y me dijiste niño engreído), pasé por alto lo que me dijiste... "No recuerdo haber llorado por ti desde que llegué" y "Felizmente terminaste contigo ahora, tengo tres meses para disfrutar de usa". Ahora lo entiendo...